
ENCONTRÉ EL CIELO EN LA PRISIÓN
Alexandra creció en medio de una familia disfuncional, es la mayor de siete hermanos y fue abandonada por su padre. Cuando tuvo edad suficiente para intentar buscarlo, descubrió que lo habían asesinado.
Su vida, tal como la describe ella misma -con voz temblorosa y ojos llorosos-, era un caos. A los 12 años no llevaba la vida de una niña normal. Empezó a drogarse y a beber. Vivía en la calle y pasaba 5 de los 7 días de la semana borracha.
Cuando su madre intentó encerrarla y disciplinarla a su manera, Alexandra intentó de muchas maneras salir de esa vida… pero no pudo. Comenzó a robar, sin saber que ese futuro sería la puerta para que su caótica vida cambiara de rumbo.
A los 17 años fue detenida. Asaltó a una pareja con sus amigos. En medio del robo se dio cuenta de que estaba sola y la atraparon. Finalmente tocó fondo y fue llevada al correccional de menores de adolescentes, donde conocería a las personas a las que ahora llama ángeles.
'Me sentí y pensé que era la peor escoria, la policía me lo repitió.
Me dijeron que nunca iba a cambiar”
Casa Mis Sueños, ha visitado este centro penitenciario en su proyecto Libertad desde el año 2010. Llevando un mensaje de esperanza y alegría, alimentos y compartiendo muchas experiencias con los jóvenes privados de libertad.Y especialmente llenado un mensaje de Salvación.
Alexandra describe a las niñas que la visitaron como ángeles, a pesar de que cuando llegaron no les prestó atención o negó los abrazos y el cariño que le brindaron. Volver a sentir cariño de la manera más pura la hizo sentir incómoda.
Con mucha vergüenza cuenta que quisieron condenarla a cuatro años porque el niño que fue agredido cuando la atraparon estaba herido.
Ella mencionó: “No sabía cuánto tiempo iba a estar encerrada. Pensé que nunca iba a salir, pero el lunes 25 de septiembre, el director del centro penitenciario me llamó y para mi sorpresa escuché las palabras: “Puedes salir libre” y me llenó de una inmensa alegría”.
Lloró lágrimas de felicidad por poder salir, pero también sintió una profunda tristeza por las otras chicas que se quedaron. Ella se fue sin nada y tuvo que empezar de nuevo sola.
Cuando llegó a casa, abrió la puerta y vio a la única persona que nunca dejó de luchar por ella... su madre. Se arrojó a sus brazos y lloró. En ese momento se sintió libre y pura.
Una vez libre, la responsabilidad la intimidaba y no sabía qué camino tomar. Todas las opciones comenzaron a torturarla y a dar vueltas en su cabeza, sintiéndose abrumada. Fue entonces cuando comenzaron a aparecer los pensamientos suicidas, que le recordaban los errores que había cometido y el daño que había causado.
Un día buscó en Facebook a la fundación que la visitaba en el centro de detención y con desconfianza y miedo se puso en contacto con ellos.
Justo a tiempo. El proyecto Casa Mis Sueños estaba a punto de comenzar.
Este proyecto es un programa de rehabilitación de varios meses que ofrece la fundación. Se lleva a cabo en una casa de acogida establecida donde imparten talleres y brindan apoyo físico, emocional y social a todas las mujeres que han sido víctimas de explotación sexual o han estado en prisión. Este programa les ofrece oportunidades, algo que quizás nunca hubieran tenido.
Finalmente, Alexandra decidió ir. Si consideraba que las niñas que la visitaban eran ángeles, este programa que conocía debía ser un “mini cielo”.
“¡Comí cosas que nunca había comido antes! Conocí gente increíble y maravillosa, me amaban, me abrazaban, no me miraban feo”.
Después de varios talleres, risas, llantos, juegos y actividades, Alexandra empezó a tener algo que pensó que nunca tendría, esperanza. Empezó a soñar. Fue parte del programa con la meta de graduarse y encontrar su camino hacia una vida mejor.
Hoy Alexandra tiene 25 años y es licenciada en podología. Casa Mis Sueños le pagó sus estudios mientras cursaba el programa. Le apasiona ver a sus clientes satisfechos con el trabajo que realiza y glorifica a Dios en sus servicios.
Cuando habla de su hija, se le ilumina el rostro y le brillan los ojos, su pequeña, es la primera luz del día y el primer rostro que ve al levantarse.
“La veo y me dan ganas de ser mejor cada día. Quiero cambiar la historia, no quiero que vuelva a pasar lo que le pasó a mi mamá. Que mi hija tenga un hogar estable, con sus padres amándola”.