"Por un Ecuador libre de explotación Sexual"

Encontrando el cielo en una cárcel

Creció en medio de una familia disfuncional, es la mayor de siete hermanos. Alexandra no conoció a su padre. Él la abandonó. Cuando ella tuvo la edad suficiente para tratar de buscarlo, lo habían matado.

Su vida como ella mismo la describe -con voz temblorosa y ojos aguados- fue un caos. A sus 12 años no llevaba la vida de una niña normal. Empezó a drogarse y tomar. De los siete días de la semana solo dos pasaba sobria y su casa eran las calles.

Su mamá trató de encerrarla y disciplinarla a su manera, Alexandra trató de muchas formas abandonar esa vida, pero no podía. Empezó a robar, sin saber que esto en el futuro sería la puerta para que su caótica vida cambié de rumbo.

A los 17 años, la arrestaron. Asaltó a una pareja junto a sus amigos. En medio del robo se dio cuenta que estaba sola, la atraparon, finalmente tocó fondo. Fue llevada a la correccional de menores de Conocoto, donde conocería a las personas que hoy llama ángeles.

 

’Yo me sentía y me creía la peor escoria, los policías me lo repetían.Me decían que nunca iba a cambiar’’

 

Casa mis Sueños, hace más de 15 años visita la correccional en su proyecto Libertad. Llevan un mensaje de esperanza, juegan, llevan comida y comparten muchas experiencias con los jóvenes encarcelados.

Alexandra describe a las chicas que la visitaban como ángeles, a pesar de que cuando llegaban no les ponía atención o renegaba los abrazos y amor que le daban. Volver a sentir afecto de la manera más pura la hacía sentir incómoda.

Con mucha vergüenza cuenta que intentaron ponerle una condena de cuatro años, el chico al que asaltaron cuando la atraparon tuvo algunas lesiones.

- Yo ya no sabía cuánto tiempo me iba a quedar encerrada, pensé que ya no saldría. Pero un lunes 25 de septiembre, me llamó la inspectora de la correccional. Escuchar las palabras ‘’te vas libre’’ me llenaron de una inmensa alegría.

Lloró de felicidad por salir, pero también sentía una profunda tristeza por las demás chicas que se quedaban. Salió sin nada, regaló todo lo que tenía a sus compañeras.

Se abrió la puerta y vio a la única persona que nunca dejó de luchar por ella, a su mamá. Se tiró a sus brazos y lloró. De esos llantos que liberan y purifican el alma.

Una vez libre no tenía claro que rumbo seguir, los estragos de sus decisiones se anidaron en su cabeza. Empezaron a aparecer los pensamientos suicidas, recordándole los errores que cometió y el daño que causó.

Un día buscó en Facebook a la fundación que la visitó en la correccional y con recelo y miedo se contactó con ellas. Justo a tiempo. El proyecto Casa mis Sueños estaba por iniciar.

Este proyecto es un programa de rehabilitación de varios meses que la fundación ofrece. Se realiza en una casa de seguridad establecida donde brindan talleres y proporcionan apoyo físico, emocional y social para todas las mujeres que han sido víctimas de la explotación sexual o encarceladas. Este programa les ofrece oportunidades, algo que tal vez nunca tuvieron.

Finalmente, Alexandra decidió ir. Si para ella las chicas que la visitaban eran ángeles, este programa fue un ‘’mini cielo’’

 

¡Comí cosas que nunca comí! conocí personas increíbles y maravillosas, me amaban, me abrazaban, no me miraban feo.

 

Después de varios talleres, risas, llantos, juegos y actividades Alexandra empezó a tener algo que pensó nunca tendría, esperanza. Empezó a soñar. Salió del programa con el objetivo de graduarse y encontrar su camino.

Hoy Alexandra tiene 25 años y se graduó de podología. Casa mis Sueños pagó sus estudios mientras ella estaba en el programa. Ver a sus clientes satisfechos con el trabajo que ella realiza le apasiona.

Al hablar de su hija, el rostro se le ilumina y sus ojos le brillan. Alba, la primera luz del día y el primer rostro que ve al levantarse, su chiquita que acaba de cumplir un año.

 La veo y me dan ganas de ser mejor cada día, quiero cambiar la historia, no quiero que se repita lo que pasó con mi mamá. Que mi hija tenga un hogar estable, con sus padres amándola.

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